Autor: Francisco Izquierdo
Publicado en: revista ‘La Capa’, Número 14
En los inicios de la Iglesia, desde el siglo III, los cristianos representan, o imaginan, a los apóstoles y a los mártires por medio de pinturas, en las catacumbas, y de mosaicos, en las nuevas basílicas. Son efigies prototípicas e idealizadas que adquieren fe de autenticidad con el tiempo. La imagen de San Pedro se ajusta a individuo de mediana edad, recio, calvo y de barba corta, y la de san Juan Evangelista a joven espigado, imberbe, moreno y melancólico, estampas rutinarias de ambos que aún reproducen los artistas. (…)
San Roque, patrón de Beas, apenas tiene homónimos, compañeros gloriosos que lleven el mismo nombre y que pudieran inducir a equívocos. Sin embargo, es uno de los santos que se representan con gran cantidad de distintivos. Según la leyenda, Roque pertenecía a una de las familias más poderosas de Montpellier (Francia) y, apenas un muchacho, repartió todas sus riquezas entre los necesitados y emprendió la peregrinación a Roma y a los Santos Lugares. Donde se pregonaba la peste, allí estaba Roque atendiendo a los contagiados y, al fin, se contaminó. Enfermo, se retiró a un monte, donde un perro le traía comida hasta que un ángel lo curó. Vuelto a su país, luego de recorrer tantos lugares, le acusaron de espía, lo sometieron a tormento y murió en prisión hacia 1327. Aparte su entrega a la caridad, bien demostrada al repartir todos sus bienes y al dedicar todo su esfuerzo al cuidado de infecciosos, el detalle más original en la vida de san Roque es la acusación de espía, tanto que no conocemos otro bienaventurado de épocas pasadas con tal imputación. Pero, una vez canonizado, ¿cómo se representa a un sospechoso de espionaje?. Los imagineros, ante la dificultad, echan mano de atributos simples, inteligibles. Y surgen fácilmente los elementos legendarios. El perro con el panecillo, el ángel que le cura las llagas, la vestimenta de peregrino (en este caso con falda y esclavina para recordar su condición burguesa), el castillo, a la puerta del cual reparte su hacienda (roque equivale a fortaleza), etc. En cuanto al hábito de peregrino, san Roque acapara el máximo de símbolos: el sombrero de ala ancha, el bordón, la calabaza, la concha, etc., son comunes a todos los santos romeros, pero el nuestro suma, además, las llaves cruzadas que definen a los peregrinos a Roma, la santa faz de los visitantes de Tierra Santa, el rosario o el salterio de los devotos de María, etc.
En representaciones menos populares, aparece junto a un leproso moribundo (es el patrón de los contagiados, de los apestados, de las úlceras crónicas, etc.), o junto a un rabioso (también es patrono contra las mordeduras de los animales), o en prisión, tras de las rejas o cargado de cadenas (protege a los que padecen persecución por la justicia). Con respecto a las epidemias y males contagiosos, es curioso cómo en tiempos no demasiado lejanos, en el sur de Francia y en el norte de España, se tenía la costumbre de pintar en las puertas de las casas la iniciales V.S.R. (Viva San Roque), como talismán que evitaba el contagio a los moradores.
Pues eso, ¡VIVA SAN ROQUE!
El incansable espía de Dios.